Prefabricados

Cuántas veces en un arrebato incontrolable de egocéntrismo nos sentimos diferentes, especiales, únicos, para bien o para mal, rodeados de una aura particular que brilla a nuestro paso por delante de los otros, los comunes, los simples, los superficiales. Es esa sensación la que en ocasiones limita las relaciones impidiendo conocer a aquellos que tachamos, sin apreciar que no somos tan diferentes, cada uno con sus problemas, sus inquietudes, sus miedos y sus sueños, diferentes y sin embargo tan similares; estamos hechos de la misma pasta y tantas veces tan lejos unos de otros que da miedo enfrentarse al mundo de frente, con la cara expuesta a aquellos que juzgan la felicidad de las personas, que la cestionan y lapidan, sin dejarse ver reflejado en un espejo, algunas veces lo que parece dista de lo que es, pero se toman el derecho de hacer daño olvidando dejar que cada persona pueda tener la libertad de construir su propia vida sin miramientos, sin resquicios de prejuicios ni maldades, ofreciéndose la oportunidad de ser feliz. La sociedad crea individuos mecanizados, programados, máquinas capaces de producir y de reproducir al antojo de la misma, cada vez más perdiendo el raciocinio, creando sujetos prefabricados. Qué fue de los valores que tan felices nos hicieron cuando eramos más jovenes, por qué hemos de perderlos, por qué sentirnos obligados a dar tantas explicaciones a sabiendas de no dañar a nadie, por qué no dejarlo todo por vivir.

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