Sin ganas de nada, en pleno estado otoñal, sin un hombro en el que resguardar mi cabeza del frío, bajo la lluvia inmensa del alma, la tristeza y la desgana de no poder contemplar los rayos de sol desde tu ventana, la ventana desde la que nunca divise el horizonte despejado de obstáculos, el presente abierto ante mi. Sueños y sueños, ilusiones cada vez más ahogadas en el fondo de un vaso que retornan en esas noches de invierno cuasi solitarias en las que reniego del presente y disfrazo el pasado con disimulo, para que nadie aprecie que no encuentro consuelo.
Asfixia
Empiezo a achantarme en un lugar que me asfixia cada día más. Me aturde la eterna preocupación de mis miedos. Continuos y constantes miedos. Me apetece huir, volver a estar tranquila, solo eso, durante al menos un instante eterno. En ocasiones gigante y a veces tan pequeña. Dónde quedó aquel espíritu de comerse el mundo por los sentimientos, de abrir las mentes, de experimentar, de vivir, de crecer y decrecer cuando precise la ocasión. De vivir sin la hora, de improvisar, de tomar cafés infinitos, de conocer, de ser grande, tan grande como me hacía la ignorancia del dolor. De dejar de planearlo todo como una jodida agenda y aún así no parar de reir. Joder con la vida. Necesito vivir, ¿es tan difícil de entender?.
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